De Marco Polo a los 'Influencers': Una Historia de Exageración y Palmeras
¿Alguna vez te has preguntado por qué ese "paraíso virgen" de las revistas resultó ser un resort atestado con una piscina con cloro? Únete a un viaje hilarante y mordaz a través de los siglos, donde descubrirás cómo los viajeros, desde los "descubridores" más crédulos hasta los "influencers" más filtrados, nos han vendido la misma mentira pintoresca con diferente tecnología. La realidad nunca estuvo tan sobrevalorada.
Capítulo 1: La Era del "Yo Estuve Allí y Tú No, Así que Cállate"
Todo comenzó con tipos como Marco Polo. Imagina la escena: un veneciano regresa después de años con historias de tierras donde la seda era más común que la caspa y donde la gente usaba unos papeles negros llamados "carbón" para calentarse (sí, el carbón, una de las grandes "mentiras viajeras" de la historia). Él lo vio. O eso dijo. ¿Pruebas? Por favor, la palabra de un hombre con pantalones bombachos era prueba suficiente. Estos relatos, escritos con una mezcla de asombro genuino y puro marketing para conseguir más patrocinios reales, establecieron la primera regla del escritor de viajes: la exageración es el alma del negocio.
Los lectores en Europa, que no habían salido nunca de su aldea, se tragaban todo. "¡En Cipango los techos son de oro!", gritaban. Y así, la percepción de "lo lejano" nació como un sueño: un lugar donde lo normal era anormalmente exótico y lucrativo. Era el primer filtro, aplicado con pluma y tinta.
Capítulo 2: Los Caballeros Victorianos y su Fetichismo por lo "Salvaje"
Llegó el siglo XIX, la era del explorador profesional. Estos individuos, usualmente británicos y vestidos con un absurdamente práctico sombrero de corcho, se adentraban en continentes enteros con la misma determinación con la que uno entra en una cafetería un sábado por la mañana.
Su misión, además de reclamar cosas para Su Majestad, era documentar lo "salvaje" y "primitivo". Escribían extensos tomos sobre las "costumbres sencillas de los nativos", ignorando elegantemente el hecho de que estaban describiendo culturas complejas milenarias mientras su propio país tenía una clase alta que se desmayaba si el té estaba demasiado caliente. Sus relatos crearon el "Otro": una visión paternalista y condescendiente de tierras distantes como museos vivientes de lo pintoresco, listos para ser admirados, juzgados y, por supuesto, civilizados con un buen té y buenas maneras. La ironía, como el sol en el ecuador, era abrasadora.
Capítulo 3: La Guía de Viajes o Cómo Arruinar un Lugar En Tiempo Récord
El siglo XX democratizó la tortura... digo, el viaje. Aparecieron las guías de viajes. De repente, cualquier persona con un par de semanas de vacaciones podía seguir una lista de verificación de "autenticidad".
"¡Ve a este restaurante escondido que solo los locales conocen!", gritaba la guía, que había sido impresa en dos millones de copias. Y así, hordas de mochileros bienintencionados invadían ese pequeño y encantador bistró, convirtiéndolo en una trampa para turistas en tiempo récord. El escritor de viajes ya no solo describía un lugar; lo creaba. Y luego, en el siguiente volumen, podía escribir con desdén: "Lástima que ya no es lo que era, demasiados turistas". El cinismo alcanzaba su forma más pura.
Epílogo: La Era del "Influencer" y el Apocalipsis del Like
Y así llegamos al presente, la cúspide de nuestra evolución. Ahora, el escritor de viajes ha mutado. Ya no necesita una pluma, ni siquiera gramática. Le basta un smartphone y un filtro que convierte cualquier playa sucia del Mediterráneo en las Maldivas.
El relato ya no es una crónica; es un feed. La "autenticidad" se mide en ángulos de cámara y en la estratégica colocación de un sombrero de paja. El viajero moderno no explora tierras; explora escenarios para su próxima publicación. El "distant land" ya no es un lugar geográfico, es un producto digital, un fondo verde para la narrativa personal de "aventura" y "espiritualidad" que se vende por likes.
Así que la próxima vez que veas la foto de una puesta de sol perfecta sobre un templo abandonado, recuerda la gloriosa, sarcástica tradición que llevó hasta ahí. Detrás de esa imagen, hay siglos de exageración, un puñado de mentiras piadosas y, con un poco de suerte, un tipo con sombrero de corcho revolviéndose en su tumba. Porque al final, la única evolución real es la de las herramientas que usamos para contarnos la misma y hermosa mentira de siempre: que en algún lugar, ahí afuera, hay un paraíso que es mejor que este. Y, querido público, alguien está haciendo negocio contándotelo.
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