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La primera vez que escuché sobre la Puerta del Diablo fue de labios de mi abuelo. "Nunca te acerques a ese lugar de noche," me advirtió con una seriedad escalofriante. "Esa puerta no es un simple pasaje de piedra. Es una frontera entre lo nuestro... y lo de ellos."
No supe a qué se refería con "ellos" hasta aquella noche en que la curiosidad me llevó a desobedecer.
Ubicada en lo alto de un acantilado, la Puerta del Diablo es una formación rocosa envuelta en leyendas. Algunos dicen que es solo un nombre dado por la ferocidad del viento que silba entre las grietas; otros aseguran que fue el mismo Diablo quien la abrió, huyendo de una cacería celestial. Pero la historia que me contó mi abuelo era distinta, y lo que viví aquella noche la confirmó.
Subí con una linterna y mi cámara, decidido a demostrar que no había nada de sobrenatural en aquel lugar. El viento helado soplaba con fuerza, y la sensación de ser observado me erizaba la piel. Fue entonces cuando escuché los susurros.
"No abras la puerta."
Giré en seco. No había nadie. Los latidos de mi corazón se aceleraron, pero me negué a huir. Me acerqué a la grieta en la roca y, al hacerlo, sentí un tirón en mi pecho, como si algo al otro lado me reconociera... y me reclamara.
La linterna parpadeó y, por un instante, vi una sombra moverse dentro de la grieta. No era una sombra normal; sus ojos eran dos pozos de fuego. Retrocedí, pero algo invisible me sujetó. Sentí una voz dentro de mi cabeza: "Has venido a abrir lo que tu sangre cerró."
Mi sangre?
En ese momento, entendí la advertencia de mi abuelo. No era solo un cuento. Mi familia había sido la guardiana de esa puerta por generaciones, asegurándose de que lo que yacía detrás nunca saliera. Pero yo, por mi incredulidad, había debilitado el sello.
Reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, susurré la misma plegaria que mi abuelo me enseñó en mi infancia. La sombra chilló, el viento se detuvo y la fuerza que me retenía desapareció. Corrí cuesta abajo sin mirar atrás.
Desde aquella noche, la Puerta del Diablo sigue allí, esperando a otro insensato que se atreva a desafiarla. Pero yo he aprendido la lección: algunas puertas no deben abrirse nunca.
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