La alimentación de las gallinas: ¿Es el pan una opción adecuada?
Acompaña a una narradora cínica en esta delirante fábula donde un granjero, creyéndose el Príncipe Azul de las gallinas, les ofrece un festín de pan rancio. Descubre, entre risas y plumas volando, por qué este "manjar" es en realidad el guion de una comedia de errores digestivos. Una historia tan educativa como hilarante que te hará ver a tus ponedoras con nuevos (y juzgones) ojos.
Había una vez, en un reino no muy muy lejano (más bien en el jardín de un señor llamado Paco, que se creía el último grito en avicultura), un gallinero que soñaba con algo más que con picotear migajas del suelo. Nuestras protagonistas, las gallinas, no se llamaban Enriqueta o Clotilde, no. Eran las Damas Plumíferas, unas aristócratas emplumadas cuya única misión divina era convertir los granos y bichos en esos óvalos dorados que los humanos adoran: el huevo.
Un día, el Granjero Paco, en un arrebato de generosidad que solo puede nacer de la más profunda ignorancia, decidió que sus Damas merecían un banquete. Y no cualquier banquete. Él, con la solemnidad de un príncipe ofreciendo la zapatilla de cristal, les presentó... una barra de pan del día anterior, ya más dura que el sentido del humor de un troll de internet.
"¡He aquí, mis damas! ¡El manjar de los reyes... o al menos de los estudiantes universitarios!" —proclamó Paco, desmigajando el pan con un brillo de orgullo en los ojos.
Las gallinas, criaturas de una elegancia innata pero con la discreción de un terremoto, se abalanzaron sobre el festín. Picotearon con la gracia de una tormenta en un palomar. Fue una escena de puro éxtasis... durante aproximadamente cuarenta y siete segundos.
Y entonces, amigos míos, llegó el desenlace digestivo.
Porque el pan, oh querido público, es para una gallina lo que un globo de helio para un elefante: llena, pero no alimenta. Es el sustituto perfecto de la comida real, el equivalente aviar a vivir a base de palomitas. Les llena el buche, ese almacén de comida previo al estómago, con una masa hinchable e insípida que les quita el hambre para comer lo que realmente necesitan: granos, insectos, verduras... ustedes saben, comida de verdad.
Pero la farsa no termina ahí. No, eso sería demasiado simple. El pan, especialmente el blanco y más aún si está húmedo, puede convertirse en una masa pegajosa y peligrosa en el buche de nuestras Damas Plumíferas, provocando lo que los eruditos llaman "impactación del buche" y lo que yo llamo "el globo de la desgracia". Una condición tan glamorosa como suena.
Y por si fuera poco, el exceso de sal o levadura en algunos panes puede convertir el gallinero en el escenario de una tragedia griega, o más bien, de una comedia de flatulencias. Imaginen el caos: gallinas mirándose unas a otras con culpabilidad, el granjero Paco preguntándose de dónde sale ese olor a cervecería fracasada...
Moraleja (con sorna):
Así que la próxima vez que vean a un alma bienintencionada arrojando su pan duro a las gallinas, recuerden la historia de las Damas Plumíferas y el Granjero Paco. El pan no es un manjar; es el suflé de la desnutrición aviar. Un capricho ocasional, minúsculo, sin sal y seco, puede ser la chuchería equivalente a que les ofrezcan una aceituna. Pero su banquete diario debe ser el de las reinas que son: lleno de proteínas, calcio y verduras.
Porque una gallina bien alimentada es una gallina feliz. Y una gallina feliz, produce huevos. Y un huevo frito con patatas es, al fin y al cabo, el verdadero "y vivieron felices para siempre" en esta fábula. Al menos para el Granjero Paco, que algo había aprendido.
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